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Cuando cerraron los “baby shops” de Rumania

“Hubo momentos en los que tuvimos más en cuenta los intereses de los padres que los de los menores”
“La Fundación Irene, la socia rumana de la agencia española ADECOP, era la mejor en el manejo de la corrupción”
“Si EE UU había logrado excepciones a la prohibición de las adopciones internacionales en Rumania, nosotros queríamos un trato igualitario”


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Camino de Estados Unidos: dos niños rumanos adoptados por parejas estadounidenses en junio de 2001, poco antes de que el país europeo suspendiera, a petición de la UE, el envío de menores al extranjero. (AP /Vadim Ghirda)

“Señor delegado, quiero recalcar y dejar claro- aunque sé que no a todo el mundo le gusta escuchar esto- que entre la protección de un niño rumano y el deseo de unos padres procedentes de países en los que la adopción se ha puesto moda, nosotros optaremos siempre por lo primero”, contestaba el alemán Günter Verheugen, entonces comisario de Ampliación, a la pregunta que el 12 de marzo de 2002 le había formulado el europarlamentario español José María Gil Robles en una sesión de control del organismo comunitario.

Verheugen describiría tiempo después en una entrevista concedida a la televisión pública germana aquella época como una de las más difíciles de su carrera política. Ante las graves denuncias de prácticas ilegales y tráfico de menores, la Comisión había forzado a Rumania a suspender las adopciones internacionales si quería formar parte del grupo de Estados de Europa del este que iba a incorporarse a la UE en los próximos años. 1.200 familias españolas esperaban para poder adoptar un niño rumano cuando Bucarest prohibió el envío de menores al extranjero: 1.200 familias que habían desembolsado ya importantes cantidades de dinero para que agencias como ADECOP iniciaran unos trámites que, de pronto, se veían frustrados.

El comisario de Ampliación nunca nombró abiertamente a España al hablar de países en los que la adopción se había convertido en una moda, pero éste era el caso que se trataba. En cuestión de una década, España había pasado de ser un Estado en el que dicha práctica apenas tenía relevancia a convertirse en el cuarto país receptor de menores adoptados del mundo- por detrás de Estados Unidos, Francia e Italia-, posición que todavía hoy ocupa.

“He de reconocer que, no en todos los casos, pero algo de moda sí que había. Los españoles somos así: cuando nos volcamos en algo, no hay quien nos pare”, dice hoy Javier Álvarez Osorio, coordinador general de CORA, una asociación que representa a buena parte de los padres adoptivos españoles. En octubre de 2001, pasados tan sólo tres meses desde que Rumania interrumpiera las adopciones, CORA envió una carta al entonces presidente del gobierno español, José María Aznar, a varios ministros y al diputado del Parlamento Europeo José María Gil Robles solicitándoles su intervención a favor de las familias que se habían “ofrecido para adoptar un niño” rumano.

“En aquella época, nuestra organización tenía un año de vida. Desde entonces, hemos evolucionado mucho, hemos cambiado en muchas cosas. Hubo momentos en los que tuvimos más en cuenta los intereses de los padres que los de los menores. Ahora, intentamos que el bienestar del niño prime siempre”, cuenta Álvarez, “y desde luego, si hoy la Comisión nos presentara informes en los que se denuncian irregularidades en algún país, estaríamos a favor de la suspensión de las adopciones, igual que pedimos que se frene la llegada de niños de Etiopía porque se trata claramente de adopciones motivadas por la pobreza. En Etiopía no se están dando menores en adopción porque sus padres o parientes no los quieran, sino porque carecen de medios para mantenerlos, y eso no puede ser.”

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Algunos pueblos rumanos se encuentran entre los más pobres de Europa. (AP /Cipriani)


Las adopciones internacionales se iniciaron a finales de los años 60 como una forma de dar salida a los miles de huérfanos que habían generado devastadores y largos conflictos como la Guerra de Vietnam. Hoy son, no pocas veces, un provechoso negocio del que se benefician algunas agencias. Las parejas, movidas por el deseo de ser padres, están con frecuencia dispuestas a hacer cuanto esfuerzo financiero sea necesario, y en ocasiones también a obviar los principios morales más básicos: sólo así se explica que los catálogos con niños rumanos “a elegir”- como los que el Verheugen dijo haber visto con sus propios ojos-, o los orfanatos que en Rumania ofrecían a los visitantes extranjeros la posibilidad de escoger entre sus niños- como los que describe Javier Sampedro en un artículo publicado por El País en 1996-, no levantaran sospechas generalizadas.

Si se quiere hacer una buena obra por los niños pobres, coinciden en señalar las ONG, los entre 10.000 y 30.000 euros que puede llegar a costar una adopción internacional están mejor invertidos en programas que permitan a estos menores crecer en sus países de origen, ayuden a sus padres biológicos a alimentarlos o les den acceso a una educación: programas que benefician a más de un pequeño y no rompen lazos. “Nosotros les decimos a quienes nos consultan: ‘hay niños en el Tercer mundo que necesitan muchas cosas, pero precisamente lo que no necesitan es una familia’”, indica Álvarez.

Sin embargo, no todos han cambiado de postura como CORA. La agencia ADECOP califica actualmente a Etiopía de país que ofrece buenas garantías para la adopción, y José María Gil Robles sigue considerando correctas sus reiteradas peticiones de que Rumania aceptase la entrega de menores a parejas españolas, aun arriesgando con ello el ofrecer cobertura al rapto y a la compra de niños y al engaño de los parientes biológicos.

“A esos pequeños sus padres no los querían”, dice Gil Robles, “la suspensión de las adopciones tenía un mero motivo político: el mismo presidente rumano me dijo en varias ocasiones que no quería que los niños se fueran al extranjero porque los necesitaba para que su país saliera de la pobreza”, un argumento al que también recurren hoy organizaciones como Save the Children: los niños son el futuro y hay Estados que, entre adopciones y SIDA, se están quedando sin mañana.

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Un niño en un orfanato rumano en noviembre de 2002. Denuncian las ONG que las autoridades no se esforzaban tanto por encontrar familias adoptivas nacionales como por dar con extranjeras que, por lo general, pagaban más. (AP /Vadim Ghirda)

En la sesión de control de la Comisión del 12 de marzo de 2002, Gil Robles le había preguntado a Günter Verheugen qué hacía el organismo europeo para solucionar el caso de las adopciones rumanas y para “proteger los derechos” de las “familias comunitarias” que ya habían “desembolsado elevadas sumas de dinero”. La presión política le había surtido efecto a Estados Unidos que, llevándose las demandas de los padres adoptivos a las negociaciones para la entrada de Rumania en la OTAN, había conseguido que se hicieran excepciones al cese, “y nosotros queríamos a este respecto un trato igualitario”, recuerda Gil Robles.

“No son adopciones; se trata claramente de tráfico ilegal de niños”, aseguraba Antonio Ortiz, embajador de España en Bucarest cuando Javier Sampedro escribió su artículo. De “baby shops” contaba la corresponsal especial de la BBC que eran designados los orfanatos rumanos, en un reportaje que la cadena británica grabó en este país parcialmente con cámara oculta.

“Demuéstreme que una sola de las adopciones que tramitamos en Rumania fue ilegal”, dice un miembro de ADECOP, que cuelga el teléfono sin dar oportunidad a preguntarle por su nombre. Roelie Post, directora de la ONG Against Child Trafficking, ríe: “por supuesto que aparentemente eran legales: para obtener el sello necesario bastaba con pagarle al juez la ‘comisión’ correspondiente. Y la Fundación Irene, la socia rumana de ADECOP, era la mejor en el manejo de la corrupción”.

Ileana Bustea, la gran dama tras la Fundación Irene, cayó pronto en el punto de mira de las autoridades comunitarias, que la acusaban de toda una serie de delitos: sobornos, intimidaciones, compraventa de niños. Pero su organización, eso sí, había sido constituida legalmente, siguiendo los principios establecidos en la Convención de la Haya para la Protección de la Infancia en las Adopciones Internacionales de 1993, entre cuyos primeros países firmantes se encuentra Rumania.

“Aquí están los niños. Qué te diviertas”, narra Roelie Post en su libro Romania. For export only que le dijo su predecesor cuando empezó a trabajar para el comisario Verheugen. Post llevaba al servicio de la Comisión Europea desde 1983, y con ello, esta holandesa se contaba entre sus miembros más veteranos. Con el tema del tráfico de menores se topó por casualidad. “Al principio, todo el mundo estaba encantado con mi trabajo. ‘Qué bien, Roelie, qué interesante’, me decían. Después, Rumania frenó las adopciones internacionales, y a algunos mi labor dejó de parecerles tan estupenda.”

A finales de 2004, Verheugen cambió Ampliación por la vicepresidencia de la Comisión, y poco después Post se vio enfrentada a las consecuencias de implicarse demasiado en ciertos asuntos: primero llegaron las intimidaciones y, finalmente, la relegación del organismo comunitario. Hoy, continua con su trabajo desde otra instancia, “pero la Comisión sigue pagando mi salario. Soy funcionaria y, como no he cometido ninguna falta, no me pueden echar”, explica, “el mío es un caso extraño, seguramente único”.

Extracto de las páginas iniciales de Romania. For export only

De: Roelie

A: Mariela

Fecha: Sábado 30 de junio de 2001, 11:10

Asunto: Foro Infantil Matutino

El desayuno ha sido escenario de una interesante conversación con mi hija Anne-Catharine y dos de sus amigas. Las niñas estaban diciendo que los padres han de mantener relaciones sexuales para poder tener hijos (como a todos los niños, les parecía increíble que los padres pudieran hacer algo así). Una de las niñas objetó que las relaciones sexuales no siempre eran necesarias, ya que los padres también podían adoptar a un niño de otro país.

Les pedí que se imaginaran que eran hijas de padres muy pobres de un país lejano con otra cultura y lenguaje, y que en ese país tenían muchos hermanos y hermanas. Y entonces, les pedí que reflexionaran sobre si les gustaría ser adoptadas por gente rica, gente cariñosa, en condiciones de darles una buena vida. Proveí a las niñas de los datos básicos, con cuidado de no influenciarlas.

Su primera reacción fue que les encantaría que las adoptasen. Pero nuestra conversación siguió y, al final, acabaron decidiendo sin lugar a dudas que nada era tan importante como permanecer con la propia familia. Me preguntaron si no podrían llevarse a su familia consigo a casa de la gente rica. Yo les expliqué que los países ricos no quieren a los pobres de otros países, sólo a sus hijos para quererlos y cuidarlos.

Me preguntaron que por qué su familia pobre las quería dar en adopción. Les expliqué que a veces los padres/ madres creen que es lo mejor para sus hijos y que también había mucho dinero implicado (del que no necesariamente aprovechaban sus padres). Me preguntaron si su opinión sería tenida en cuenta, yo les contesté “no mientras seáis menores de 10 años”. Al tener nueve, esto las indignó.

Me dijeron que la gente rica debería darle dinero a las familias pobres para éstas que puedan cuidar de sus hijos.

Así que ésa fue la conclusión del mini Foro Infantil Holandés, celebrado en la cumbre del desayuno del sábado.

Roelie


Fuente: http://periodismohumano.com/sociedad/rumania-cuando-cerraron-los-%E2%80%9Cbaby-shops%E2%80%9D.html

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